01 marzo, 2010

Grandeza

Alejandro se encontraba con su amigo e instructor Aristóteles celebrando y analizando el resultado de su tercera campaña en la conquista del fabuloso reino de Persia, la misma que terminó con la huida del Rey Darío III y la toma definitiva de la gloriosa ciudad de Babilonia por el ejército macedonio. De pronto en medio del embargante júbilo, un presentimiento de preocupación lo invadió al percatarse que necesitaría una estrategia, más allá de lo militar, para manejar los escenarios que generaría este triunfo en los círculos de poder que le rodeaban y las ambiciones de influyentes oficiales como Parmenio y Tolomeo. 

Entonces su afamado concejero le recomendó hablar con el Maestro, quien había sido muy amigo de Sócrates y ayudado por milenios a muchos emperadores a establecer sus reinos con gran sabiduría. Llegado desde Atenas, el Maestro acompañado de su más joven discípula fue a visitar al gran general, quien al verles entrar saludó a ambos con muchos honores y atenciones. 
El Maestro asombrado por la nobleza de Alejandro, accedió no solo a escucharle sino también hablarle, algo que era muy raro en él. Entonces sorpresivamente tomó la iniciativa y la palabra: “Veo que mientras tú te has apoderado de Babilonia, la fiebre de la victoria se ha apoderado de tus tropas”
“¿Acaso no te parece justo que les permita celebrar y saborear su triunfo?”, preguntó el emperador. 
“En mi experiencia, el éxito siempre ha sido el peor enemigo de un general vencedor” 
“¿Cómo sugieres entonces que festeje la gloria de mi poderoso ejército?” 
“Declarando y haciendo duelo, como lo hacen los generales verdaderamente grandes” 
Desconcertado y mirando a Aristóteles dijo un tanto ofendido: “¿Desconoces la grandeza heredada de mi padre el Rey Filipo y la de mis conquistas?"  
“Un verdadero líder nunca se considera grande y en ello está su grandeza”, le respondió el Maestro. 

Al escuchar estas palabras recordó la gran fama que Sócrates había cosechado en toda Grecia en virtud justamente de su humildad. Entonces preguntó con respeto: "Maestro, ¿qué me aconsejas hacer en esta situación?” 
“Pues todo lo contrario a lo que los vencedores y vencidos esperan. Enaltecer a tu adversario, rendirle honores y respetar tanto su legado como su admirable cultura. Abandona la idea de fiesta y algarabía y el mundo como la historia te reconocerán siempre por tu magnificencia” 
Dado que Alejandro gustaba mucho siempre de hacer lo sorpresivo e inesperado, la idea le pareció fantástica y mandó llamar a Hefestión para diseñar la estrategia de comunicación. Entonces el Maestro, conociendo la admiración de su poderoso anfitrión por las leyendas de Aquiles, le advirtió: “Los grandes estrategas diseñan sus planes celosamente en secreto, por ello los llaman sabios y los ejecutan brillantemente en público, por ello los llaman genios” Oído esto el general no pudo dejar de reconocer la profunda sabiduría del Maestro y con una venia le agradeció su visita, su tiempo y su valioso concejo. Notando el Maestro todavía cierto desconcierto y desazón en el rostro de Alejandro, le formuló por fin una de sus inquietantes preguntas: “Dime Alejandro ¿Cuál es el objetivo último de todas tus luchas?" 
“Eso sí lo tengo clarísimo. La gloria eterna de mi nombre”, contestó 
“¿Y cuál es este nombre eterno que deseas?” 
“Alejandro El Magno”, oyeron los tres sabios decir con energía a la joven discípula.