01 noviembre, 2011

Obvio

Un buen día el Maestro se animó a realizar un pequeño paseo por el Japón del siglo XVI para hacer el seguimiento de su mejor discípulo del lejano Oriente, el legendario guerrero Shinmen Kami Fujiwara, más conocido como Miyamoto Musashi, el maestro de la espada. La leyenda de Musashi comenzó cuando a los trece años se convirtió repentinamente en un samurai al enfrentar y vencer con la muerte, al que fuera mejor espadachín de su época, Arima Kibei. 

Luego de ello paso muchos años perfeccionándose en el manejo de la espada, batiéndose a muerte en más de un centenar de ocasiones, llegando a desarrollar la asombrosa capacidad de vencer a más de una decena de adversarios a la vez. Inclusive se decía que, hacia el final de su carrera de combatiente, no usaba espada alguna, pues se especializó en el arte de vencer a sus enemigos con su propia espada. Más adelante y próximo a los 50 años, cansado de las técnicas del Kenjutsu, Aikido, Kendo, Kobudo y de todas la escuelas tradicionales, decidió iniciar su propio camino de Ronnin, Samurai sin amo y es entonces que descubrió, en un Dojo muy inconvencional, al Maestro, quién desde entonces le ayudaba en su búsqueda del verdadero Bushido y le ánimo a asesorar y fundar su propia escuela de samuráis. 

Musashi al verle llegar, llamó y reunió a todos sus extraordinarios discípulos, doce en total, quienes al verlos charlar veían en ellos a dos viejos dogmáticos guerreros. Entonces el más joven y hábil de estos llamó la atención de ambos al decirles: “Ustedes son más buenos con las palabras que con las espadas, con la filosofía y la teoría. Muy seguro hoy no podrían vencer a ninguno de nosotros”. Musashi ofendido por la irreverencia del joven espadachín ante la presencia de su atemporal invitado, respondió severamente: “¡Desenvaina tu espada de inmediato!” “No te molestes tanto maestro, es nada más la verdad. Es obvio que tu agilidad no es la misma de otros tiempos”. “¡Saca tu espada, vas a luchar conmigo a duelo y en el acto!”, y mirando a los otros once dijo gritando: “¡Y ustedes también!” Todos sorprendidos e incrédulos, ante el reto y el honor puesto a prueba, sacaron su espada y le alcanzaron una también a Musashi, pero él no acepto sino usar un simple abanico metálico. En pocos minutos el feroz espíritu samurái de Miyamoto reapareció dando grandes gritos y poderoso golpes, que llenaron de pánico a los jóvenes luchadores, acabando de matar sin piedad a todos y cada uno de sus discípulos... pero de cansancio. 

Entonces el Maestro que se hallaba disfrutando el espectáculo, dirigiéndose al joven desafiante que aún yacía en el suelo, le dijo: "Ten mucho cuidado en tu carrera y futuros intereses, pues obviamente, lo obvio no es tan obvio”.