01 junio, 2011

El Beso

Luego de muchos años fuera de su país, un día el Maestro se animó visitar su pueblo natal con el ánimo de reencontrarse con su madre, a quién amaba profundamente pero llevaba muchos años sin ver debido a sus interminables compromisos por el mundo entero. Sin embargo, reconocido al llegar por uno de sus más fieles seguidores locales, este con un beso y una venia rogó al Maestro aceptase acompañarlo. No quedándole más remedio, tuvo que aceptar una inesperada invitación para actuar como panelista en uno de los eventos anuales más importantes de la ciudad. Dadas las circunstancias le pareció buena idea también llevar a su madre para pasar el mayor tiempo posible a su lado. 

El Congreso tenía como tema central la búsqueda de un nuevo modelo económico para la sustentabilidad del país y se realizaba justamente días después de la quiebra del modelo vigente. Nada más vieron llegar al Maestro, muchos concurrentes empezaron a vociferar y criticar su presencia, dado que su conocida postura al respecto, siempre se contraponía a los conceptos tradicionales. Poco a poco, las voces se iban levantando en señal de molestia y los comentarios se convertían en gritos de protesta hacia los organizadores. 

Ni bien iniciada la conferencia, el charlista central empezó a atacar al Maestro señalándolo como uno de los responsables del desmoronamiento del modelo vigente y la caída de muchas fortunas, a favor de un nuevo modelo de fraterna generación de riqueza. El público, que en su mayoría aplaudía frenéticamente cada una de sus acusaciones, también empezó a lanzar ataques sobre el sorprendido invitado. 

La madre que orgullosamente había aceptado acompañar al Maestro, muy desconcertada volvió la mirada en busca de los ojos de su hijo, pero este solo le apretaba suavemente las manos, buscando con ello tranquilizarla. Entonces uno a uno, los panelistas también comenzaron a acusarle de haber sido el promotor principal del cambio y aún el conductor de la ceremonia, uniéndose a las protestas, incitaba a los otros invitados a ampliar sus falsos testimonios y al público a lanzar más injurias contra el Maestro, quién con estoicismo oía cada uno de los ataques de sus antiguos, amigos, compañeros, familiares, profesores y vecinos. Advirtiendo la clara traición de su discípulo, abrazo en señal de despedida a su madre quién temblando de temor le susurró al oído: “Hijo mío, siempre te dije no volvieras pues no existe profeta en su propia tierra”.

Entonces poniéndose de pie, la muchedumbre calló por un momento y nadie se atrevió a impedirle dirigirse hacia el podio principal. Pero antes que él pudiese decir algo, de nuevo empezaron a gritarle, insultarle y aun arrojarle proyectiles, aunque todavía no había dicho palabra alguna. Entonces su madre oyendo los gritos cada vez más desaforados del gentío, volvió corriendo hasta el Maestro para suplicarle no dijera nada y bajase del estrado. Pero el Maestro, antes de hacer uso de la palabra, también le susurro: “Madre, no pierdas la confianza, siempre supimos el final de esta carrera y mira como hago todas las cosas nuevas”. Y con un beso sonriente la despidió, antes de tomar el micrófono y enfrentar la multitud.