01 julio, 2010

Mestría

Se encontraba el Maestro en la ceremonia de graduación de los flamantes egresados del programa de maestría de negocios más reconocido y tenía como invitados a representantes de importantes Corporaciones patrocinantes, para ofrecerles una breve y especial conferencia antes de cerrar el evento. Momentos previos el Director del Programa le pidió al Maestro saludara a los jóvenes ejecutivos que en ese mismo día iban a recibir su título de Maestría. 

Estando el Maestro reunido con ellos, les saludó sólo con una sonrisa y el más destacado de los egresantes se ánimo a dirigirse a él con admiración: “Entiendo que usted es el Maestro de todos los maestros, ¿Cómo podríamos alcanzar el verdadero arte de la dirección?”. 
“Sígueme y te lo mostraré”, le respondió, y le siguieron también todos sus compañeros. 

Entonces el Maestro lo condujo hasta el podium de la sala principal, en donde el auditorio se encontraba lleno de empresarios del mundo entero, esperando el inicio de su disertación e impacientes por formularle toda una serie de preguntas, y recibir sus iluminadas respuestas. Sin embargo, presentó ante el público al joven ejecutivo como un gran experto de calificación internacional y se retiró dejándole al frente del micrófono. Ante la inesperada situación el joven se sintió muy intimidado, pero no tuvo más remedio que asumir la conducción. Dado el gran prestigio y credibilidad del Maestro, uno a uno los invitados empezaron a requerirle un sinnúmero de soluciones e ideas. 

Al inicio, el joven muy confiadamente, trató con toda su capacidad certificada, ir dando solución a los problemas que se le exponían, sin embargo, y casi de inmediato, empezó a sentir que realmente no tenía posibilidad de satisfacer la gran expectativa del público y empezó a ponerse muy nervioso, transpirar frío y hasta tartamudear. Su peor pesadilla, hacer el ridículo por ignorancia, se había hecho realidad. Cuando de pronto y justamente en el momento más penoso, con sorprendente lucidez, gritó: “No lo sé!”. Todos quedaron atónitos en aquel templo del saber al escuchar esas palabras y cuando iban a empezar a reclamar su valioso tiempo y dinero, se animó a añadir: “Aunque no tengo respuesta para ustedes, acabo de descubrir la mía gracias al Maestro”. 
“¿Por lo menos podrás revelarnos cuál es esa respuesta?”, exigió una de las participantes. 
“Tener un gran intelecto no es igual a tener una gran inteligencia. El intelecto es lento, limitado y envanece nuestra mente con el conocimiento. La inteligencia es rápida, infinita y revela nuestra ignorancia con el desconocimiento. El intelectual gusta la complejidad, el inteligente gusta la simplicidad. El intelecto opera en la mente y la inteligencia proviene de la no mente”. 

En medio del desconcierto general, en ese mismo instante el joven se iluminó para a grandes voces terminar diciendo: “¿Saben una cosa?, No lo sé! Aprendan a usar su propia inteligencia! Adiós.” Entonces inesperadamente y luego de un gran silencio, todos los asistentes colocándose de pie, empezaron a aplaudir al nuevo maestro. 

Terminada la jornada, el joven, acompañado siempre de sus compañeros, fue presuroso a buscar al Maestro para contarle todos los detalles de su gran experiencia y darle las gracias, pero él con un gesto le interrumpió y dijo: “Sólo preciso me digas algo, ¿te aplaudieron o te insultaron?”. 
“Ciertamente le aplaudieron mucho”, respondió uno de los jóvenes testigos. 
“Entonces tu ya tienes el arte”, dijo apuntando al muchacho y dirigiéndose al resto del grupo señaló: 
“Y ustedes el camino”. Y con ello, el Maestro concluyó su maravillosa cátedra.